
Nueva Zelanda, tras un fuerte sismo de magnitud 7,0 que causó grandes daños materiales, fue declarada en estado de emergencia, para facilitar la evacuación de la gente y limpiar las calles que fueron bloqueadas por los derrumbes de los edificios. A demás el suministro de electricidad fue cortado, varios puentes resultaron dañados y numerosas calles quedaron sembradas de cristales de ventanas rotas.
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